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Los mil días de Salvador Allende y el golpe de Estado en Chile, hace 50 años

El 4 de septiembre de 1970, el médico y político socialista Salvador Allende asumió la presidencia de Chile, marcando un hito en la historia contemporánea de América Latina. Su mandato, que duraría poco más de mil días, se convirtió en un episodio sísmico que reveló las tensiones ideológicas del mundo de la época y cuyas ondas aún resuenan hoy.

El globo terráqueo era un tablero de ajedrez entre el poderío capitalista de EE.UU. y la fuerza comunista de la Unión Soviética. Chile, el lugar donde por primera vez una vía al socialismo podría hacerse del poder por medio de las urnas, captó una especial atención.

Desde temprano, el presidente estadounidense Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, lo siguieron con atención, como una amenaza que podría ramificarse en todo el continente. La figura de Allende era admirada por Fidel Castro, quien haría una visita oficial a su amigo en 1971, por 24 días, y por el líder de la URSS, Leonid Brézhnev.

El 4 de septiembre de 1970, un proyecto de inspiración marxista lograba, al fin, una primera mayoría en las urnas (36,3%), luego ratificada por el Congreso porque no existía en aquel entonces segunda vuelta en el país. La propuesta de Salvador Allende era la de una “vía pacífica” hacia el socialismo. Sin embargo, en su propia coalición, el Partido Socialista había legitimado el uso de la violencia en caso de ser necesario.

El programa buscaba una mayor equidad social y económica, en un país históricamente marcado por las desigualdades, mediante la nacionalización de sectores clave, como el cobre, y la implementación de la reforma agraria. Sin embargo, desde su inicio, el proyecto allendista se encontró con obstáculos.

La expropiación del campo y la toma de las fábricas por parte de los sindicatos encendieron los ánimos de los sectores productivos. A eso se sumó el activo esfuerzo de EE.UU. por boicotear cualquier inversión en Chile. De hecho Nixon recibía constantemente informes de los agentes de la CIA en Santiago, muchas veces con mayor nivel de información respecto a los movimientos de las FF.AA. que la que manejaba el mismo gobierno chileno.

El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago de Chile, recuerda el golpe de Augusto Pinochet en 1973. Foto: EFE

El vértigo y falta de planificación de los procesos de nacionalización industrial y traspaso de propiedad generaron rápidamente escasez. En parte porque industrias y campos dejaron de operar, pero también porque, ante la incertidumbre, el acaparamiento se transformó en una práctica habitual con su mercado negro asociado.

La ausencia de productos básicos, la hiperinflación -que se estima llegó a un 600%- y la acumulación de deuda externa alimentaron el descontento social. La Unidad Popular de Allende contraatacó con la elaboración de bienes básicos e importación de productos desde países socios, distribuidos a través de una tarjeta de racionamiento alimenticio, para evitar la hambruna. Las fotos de las filas cada mañana se hicieron habituales en los medios de comunicación.

Surgieron los grupos armados de izquierda, para “defender la revolución”, como el MIR, y la respuesta de grupos de choque desde la derecha, conocidos como “Patria y Libertad”. Los enfrentamientos se daban en la calle y a plena luz del día, como también a través de atentados planificados con mayor profesionalismo. Allende intentó navegar este mar revuelto mediante el diálogo con la oposición y ajustes en su plan económico, pero la división se profundizaba. La Iglesia, a través del Cardenal Raúl Silva Henríquez, intentó tender puentes entre la Democracia Cristiana -un partido de centro izquierda- y la Unidad Popular. Pero todo fue infructuoso, a esa altura la DC era aliada del derechista Partido Nacional.

Pese a ello, una de las medidas económicas del gobierno de Allende trasciende hasta hoy. Se trata de la nacionalización del cobre, que derivó en el nacimiento de CODELCO. La minera cuprífera estatal más grande del mundo. Ni la dictadura, ni los gobiernos democráticos posteriores, dieron marcha atrás a esa medida.

La temperatura social se elevó, y empezaron a surgir los primeros intentos golpistas. El “Tanquetazo” del 29 de junio de 1973 fue el más notorio. Un grupo de militares y carabineros se sublevaron, aunque el golpe fue rápidamente sofocado.

Este evento sirvió de aviso, mostrando la fragilidad institucional y la creciente preocupación por el rumbo del país dentro de algunos sectores de las Fuerzas Armadas. Después del fracaso del “Tanquetazo”, Allende intentó retomar el diálogo con la oposición y realizó cambios en su gabinete, buscando una gobernabilidad que ya parecía esquiva. Fue un periodo de falsa calma, que concluyó con el golpe definitivo.

Las dudas de Augusto Pinochet

Entre los cambios e intentos de una salida a la crisis, Allende había decidido nombrar al general Augusto Pinochet como comandante en Jefe del Ejército, el 23 de agosto de 1973. Se pensaba que Pinochet, que el gobierno consideraba “apolítico y profesional”, sería un baluarte contra las tendencias golpistas en el Ejército y haría contrapeso a la Marina, que a esa altura ya estaba totalmente convencida de una intervención militar.

En rigor, Pinochet, dubitativo e inseguro, fue el último en subirse al golpe. Lo hizo la mañana del mismo once, presionado por la marina y la aviación. Eso sí, una vez que el plan tuvo luz verde, hizo valer el mando militar sobre los otros comandantes y se hizo del poder sin ningún complejo. Comenzaba una dictadura feroz que duró 17 años.

El martes 11 de septiembre, en un nublado Santiago, los aviones Hawker Hunter bombardearon el palacio presidencial. Un video que se vio primero en el extranjero, pues los medios chilenos fueron intervenidos por la Junta Militar. Entre el humo y los impactos, Allende atrincherado, acompañado de sus aliados más cercanos, dio su último discurso. Luego, y en soledad, empuñó el fusil de asalto AK-47 que le había regalado Fidel y se quitó la vida.

Hay quien en Chile señala que los errores de la Unidad Popular pudieron justificar el golpe, pero no la barbarie que vino después. Ese mismo día, a lo largo de la geografía del país hubo un raid de secuestros y desapariciones. Los colaboradores de Allende que se rindieron en La Moneda, Enrique Paris, Georges Klein y Héctor Pincheira, el sociólogo Claudio Jimeno, fueron apresados, torturados por dos días y ejecutados. Según los informes oficiales fueron 3.065 las víctimas del régimen militar, y cerca de 40.000 los encarcelados, torturados o perseguidos políticos.

Imágenes de desaparecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet, en un mural en Santiago de Chile. Foto: APImágenes de desaparecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet, en un mural en Santiago de Chile. Foto: AP

“Memorias selectivas”

¿Por qué el golpe no concita en Chile un discurso unitario y se ha llenado de memorias “selectivas” dependiendo del emisor del mensaje? La historia es compleja, y los hechos se ponderan a merced del interés final que tiene cada cual.

“El ambiente está eléctrico, está cargado. No sé si ustedes lo sienten, pero siento que si toco a alguien le daré la electricidad en cualquier momento”, dijo el presidente Gabriel Boric para enfatizar las dificultades del país en los días previos a la conmemoración del inicio de la dictadura.

Contrario a lo que se podría imaginar, Chile está más dividido y con menos acuerdos que cuando conmemoró los cuarenta, o los treinta años. Factores hay muchos, pero un hecho es indiscutible: por primera vez, los actuales líderes políticos no tuvieron presencia real en aquellos años. Boric nació 12 años y cinco meses después del golpe, y los presidentes de los principales partidos políticos no eran mayores de edad en 1973. Había una excepción: el líder del Partido Comunista, Guillermo Teillier, quien fue clandestinamente el jefe político del brazo armado del partido e incluso autorizó el atentado fallido a Pinochet en 1986. Pero falleció el 29 de agosto, hace pocos días.

Desde que triunfó en la segunda vuelta de 2021, Boric soñó con una conmemoración en grande, con presencia de líderes mundiales y un gran acto cultural fuera de La Moneda. Una acción multitudinaria por la democracia y los derechos humanos. También buscó replicar al mandatario uruguayo Luis Lacalle Pou con la declaración de los ex presidentes chilenos, pero ambicionó con sumar a ella a todos los partidos y fuerzas políticas del país.

El presidente de Chile Gabriel Boric, en un acto en memoria del golpe de Estado de 1973, en la Casa América, en Madrid. Foto: Cézaro de LucaEl presidente de Chile Gabriel Boric, en un acto en memoria del golpe de Estado de 1973, en la Casa América, en Madrid. Foto: Cézaro de Luca

Tras meses de planificación, el resumen era negativo. Boric estaría rodeado sólo de líderes de izquierda, porque la oposición no quiere asistir a los actos oficiales. Su cumbre internacional se reducía a los socios ideológicos de siempre y nada más: Andrés Manuel López Obrador de México, Alberto Fernández de Argentina, Gustavo Petro de Colombia y, posiblemente, el premier de Portugal, Antonio Costa.

Su declaración firmada, amplia y convocante, en defensa de la democracia, tampoco verá la luz que imaginaba. Los partidos de oposición no firmarán y lanzaron un documento propio donde señalan su compromiso con los derechos humanos, el derecho a la vida y la democracia.

Sólo el ex presidente Sebastián Piñera, a quien Boric ha recurrido cuando se ha quedado sin opciones, firmará el documento. Esa relación expone los giros en el país. Boric pasó de amenazar a Piñera en el debate presidencial con llevarlo a tribunales internacionales -”está avisado”, le dijo- a invitarlo a viajar juntos al cambio de mando en Paraguay y a una charla amena en La Moneda. “Todo sea en busca de acuerdos”, decían sus asesores.

Piñera terminó no solo lanzándole un verdadero salvavidas con su acuerdo para firmar la declaración. También convenció a Lacalle Pou para asistir al acto oficial en Chile.

Fuentes oficiales dijeron a Clarín que los dos mandatarios hablaron por teléfono largos minutos. Lacalle Pou estará en Santiago, aunque Piñera no asistirá para evitar tensionar las relaciones con sus propios partidos. La presencia del presidente uruguayo, con su implicancia política, aporta al diseño de Boric aquello de lo que carecía: algo de diversidad.

Pero a este punto crítico, Boric llegó como consecuencia de sus propios actos. Debió aceptar la renuncia del primer coordinador de la conmemoración, el periodista Patricio Fernández, porque el Partido Comunista estalló en cólera cuando se atrevió a insinuar que la Unidad Popular de Salvador Allende podía ser objeto de análisis para establecer las causas que llevaron al Golpe de Estado.

Luego nombró al realizador Jaime De Aguirre como ministro de las Culturas, uno de los ideólogos de la campaña del No a Pinochet, pero una serie de desavenencias lo hizo salir del gabinete apenas unos meses después.

Con nuevo coordinador y nueva ministra, el presidente intentó retomar el control de la agenda para la conmemoración, pero dos desafortunadas declaraciones, por las que después pidió disculpas, crisparon los ánimos en los partidos de la oposición. El gobierno de Boric es una suerte de cierre de ciclo para la Unidad Popular. Cuando asumió el poder pasó a saludar la estatua de Allende. Luego en su primer discurso evocó las “grandes Alamedas” -una frase del último discurso de aquel presidente socialista- y no fueron pocos los partidarios que se atrevieron a comentar públicamente sobre el parecido de sus liderazgos.

Simbolismos

Las similitudes o simbolismos son evidentes. Por eso, no es extraño que la mayor diferencia de esta conmemoración sea que lo que está en disputa no es el golpe, o la dictadura, sino la figura de Allende y su gobierno.

Para la oposición, la tentación es clara: desmitificar a Allende es una forma simbólica e indirecta de atacar al gobierno. Conjuga con que hoy las FF.A. cuentan con índices de confianza altos con pocos precedentes, debido en parte a su labor en tragedias naturales como el terremoto de 2010 y la pandemia.

Del lado del centro derecha de Piñera, que hace una década mentó los “cómplices pasivos”, en alusión a los colaboradores civiles de la dictadura, hoy marca diferencias con el oficialismo, presionado por el auge del Partido Republicano de José Antonio Kast, una fuerza abiertamente pinochetista.

El retroceso es evidente. Todo regresa al punto inicial. Han pasado 50 años, pero aún cuesta unir en un relato común a la sociedad chilena. En esta nueva época de polarización, medio siglo después, resuenan unos versos de León Gieco que apuntan simplemente: “La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir, libre como el viento”.

José María del Pino
By Luis Morales

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